29/6/11

Cosas que nunca cambian


     Helena siempre le pide a sus conocidos que le digan Eneri  por un personaje de una tira cómica de su infancia. Siempre se tarda unos diez o quince minutos vistiéndose y otros diez viéndose en el espejo; se detalla minuciosamente para certificar que su imagen esta impecable. Sale de la casa, deja que el aire le alborote un poco el cabello y camina. Era, como mucho, las cinco y media. Había llegado cinco minutos antes de la hora especificada a la cita. Le gustaba esperar que hacer esperar.  Esta era su tercera cita en el mes, y su vigésima en lo que va de año. Nunca fue buena para callarse la boca pero esta vez está decidida a controlarse. A no cagarla más de lo que lo hace habitualmente.

     La victima llega puntualmente, “al menos es responsable”, piensa ella. Se sienta, él se presenta, ella también, y lo primero que le ve son las tetas, y ella lo nota.  Ya no se sentía cómoda. Los primeros cinco minutos transcurrieron con normalidad, casi aburridos. Helena procura hablar poco, por aquello de controlarse la habladera de paja sin límites que tantos fracasos le ha traído en las citas amorosas. Él le confiesa que la “mujer de su vida” debe ser emprendedora y tierna, luchadora y comprensiva. Ella le dice que el “hombre de su vida” debe ser fuerte, apuesto, que no tenga límites en cuanto a sus metas; le dice. El iba a agregar algo a la charla, pero Eneri no lo dejó terminar agregando: “es que los hombres no me son sinceros nunca, siempre soy yo la que descubre sus mentiras”.

     Siempre era lo mismo, que eran unos mentirosos, cobardes, mala cama y machistas. Solo buscan cogerme como un animal y ya, decía. El repertorio continuó con frases como: Todos hacen lo mismo, al principio son unos príncipes, cuando uno se la da, o legaliza la vaina del empate, se convierten en unos sapos que después uno queda preguntándose como carajo tuvimos las bolas de besar. Alguien debería decirle a Disney que el encanto de príncipe dura tres meses, o el tiempo que les dure el embobamiento hacia la mujer. Parecen que nunca hubiesen visto una mujer porque hacen todo lo que uno les diga. Los hombres deberían venir con un titulo de actuación de nacimiento ya incluido para evitarnos la hipocresía de fingir que ustedes son príncipes y toda la paja loca que siempre inventan. Es que nadie me mandó a estar detrás de puros idiotas que solo querían meter su pene en mi vagina... oye pero ¿A dónde vas? No te vayas… espera. Ok está bien, lo siento, hablo mucho, lo sé, pero son cosas que puedo superar. Tú no tienes la culpa de lo que hayan hecho mis padres, pero espérate, no te vayas cónchale. Ok sí, soy una idiota más del mundo feminista. Soy de las que pienso que sin ustedes la especia sería mejor, ¡ja! ¿Qué estúpida soy verdad? Aunque pensándolo bien, puedes irte. No me interesa ya salir contigo. Al final eres como todos los hombres.

     El sol sale otra vez, por donde mismo. Filtrándose por la persiana gris plata que cuelga a mitad de ventana y que deja traspasar los primeros rayos del alba. Helena se levanta, se baña, se viste y se va  su trabajo. Allí tiene un espejo en su oficina. Dura horas viéndose en el espejo. Cuando ya es la hora de marcharse, se dedica unos diez o quince minutos en retocarse. Frente al espejo la tristeza se le cuaja como un veneno espeso y amargo. Se repite que ya eso pasará, que solo es una etapa. Sale de su oficina, se tarda media hora en llegar al auto porque siempre se queda hablando con alguien; se monta en su auto y se dirige al centro comercial de la cuadra. Lo estaciona, se va a Miga`s y se sienta a esperar a su próximo pretendiente. Lo único que no acaba, aparte de su patética rutina, es su patético rosario de no volver a meter la pata. 

Astralmente cabrona



     Laura iba derechito a la oficina de Eduardo cuando se le atravesó la susodicha,  la mirada de arrechera fue, naturalmente, incontenible. Hace unos meses empezó a sospechar que Eduardo y la rubia ridícula de la secretaria tenían algo, su gato encerrado pues. Pero Laura, apelando al raciocinio, no se dejó llevar por cosas banales y al final terminó por no pararle mucho al asunto. Un día la cosa fue a mayores, vio con sus propios ojos las pruebas irrefutables del delito: Eduardo se despedía de la raquítica insípida con un apasionado beso. “Ni a mí me besa tan bien el maricón ese” pensó en aquel momento. Desde ese día Laurita se dedicó a reunir pruebas suficientes para pedirle el divorcio a Eduardo. Y juró hacerlo de la peor manera.

     Volvemos al principio. Laura iba, más o menos, a mitad del pasillo, el escritorio de la rubia oxigenada quedaba exactamente a esa distancia pero Laura ni se percató de eso. Laura iba arrecha, a millón por ese pasillo para escupirle en la cara a Eduardo que era un perro, un idiota mal nacido y cobarde por haberla traicionado con la homínida campesina esa, que ni buen gusto para vestir tiene.  Faltando pocos pasos para llegar, la rubia se le atravesó a Laura.

       -¿A dónde vas tan apurada mijita?” Le dijo la rubia
       - Quítate antes de que me quede todo el oxigeno barato de tu tinte en la mano del coñazo que te voy a lanzar-  le gritó Laura casi al borde la histeria.
      - pero no deberías alterarte mami, el horóscopo dice que hoy nadie debe alterarse y que debemos agradecer lo que nos trae el universo y que eso es designio de los astros. Le dijo.
      - ¿El horóscopo no te ha dicho lo estúpida que eres?, quítate y dime dónde está Eduardo.
      - En la sala- le dijo la Rubia - pero no puedes pasar, solo debes pasar por una emergencia laboral o un accidente grave. 

     Laura prefirió no oír esa parte del balbuceo de la rubia y entró, cuando llegó todos se quedaron atónitos por la entrada de ella:  El jefe de departamento, el gerente de ventas, el secretario de residencia y el mismo presidente que no podían creer aquella escena.

-          ¿y a ti que te pasa Laura?- le preguntó Eduardo.
-          Nada chico, fíjate. Lo  que me falta es que en el horóscopo me salga que soy una cabrona de mierda-  le respondió. 

     Laura lanzó las pruebas en la mesa, Eduardo no podía creerlo e intentó explicarle a Laura todo, y a los demás también, pero Laura no lo dejó   se fue llorando, con rabia contenida en alma por todo aquello, pero antes de irse  le dijo:

-          Por cierto, si te quieres quejar vete a un planetario y quéjate con el universo,  sería el colmo que también me echaras la culpa por ser la güevona que fui contigo.  

15/6/11

Dejemos de pensar en Lady Gaga. (El por qué este año no voy a la marcha gay).


    Hace poco recibí una carta de alguien llamado J.C donde exponía sus motivos por el cual no iba  a participar en la marcha del orgullo gay. Esa carta está llena de una cruel realidad de la cual no podemos hacer caso omiso. Yo tampoco lo haré en estos momentos donde parece que la comunidad GLBT está siendo amenazada, no solo por una parte de la sociedad esclavizadas a sus miserias mentales de otro siglo, sino por la ceguera de nosotros mismos ante cosas que deberíamos tomar en cuenta.

    Soy gay desde que tengo uso de razón. Crecí percibiendo mi orientación como algo normal. No lo hacía por inocencia, lo hacía porque desde un principio supe que tenía que saber elegir mis amistades. No podía andar por ahí siendo amigo de cualquiera. Así como también sabia eso, comencé a ver más la realidad, a analizarla más desde el punto de vista cultural de Latino. Descubrí un día la famosa marcha del Orgullo Gay en Venezuela. Pero tristemente vivo en un país donde todo lo corrompe la mediocridad de la gente, donde culturalmente; gracias a la crianza, se nos ha enseñado a tener la mentalidad de la prehistoria. Cuando tuve un mínimo de edad aceptable, y cuando aprendí a salir solo, iba a la marcha gay. Lo hacía porque para mí representaba un día donde podíamos salir a gritarle al mundo que estábamos allí, entre los demás ciudadanos “normales”, (y pongo normales entre comillas porque  la mayoría de la gente prefiere tener un malandro en su casa que un homosexual.) no representaba nada más que eso; un día donde podíamos ser nosotros mismos. Esa era mi visión tierna y virginal de la realidad, hasta que crecí y el golpe me hizo pensar las cosas nuevamente.

    Ya tenía varios años sin ir a la marcha del orgullo gay, por cosas más personales, pero este año en especial estaba pensando en volver a ir; incluso lo tenía planeado. Pero sencillamente no puedo. No por motivos banales, sino porque soy un homosexual más de este país y me duele que la comunidad gay esté dejándose cegar por los juegos políticos de quienes tienen la visión retorcida acerca del país “libre de homofobia” que ellos quieren.  Este año no voy a la marcha gay porque simplemente no me da la gana de salir a hacer un espectáculo absurdo. No me da la gana de salir a gritarle mis plumas a la gente. Primero porque la sociedad de esta Venezuela se ha convertido en una campo hostil de convivencia. Segundo, porque ya es hora de dejar los escándalos con lentejuelas y las mariconerias de carajitos (y viejos lamentablemente)  que no tienen la capacidad de razonar que como comunidad debemos estar unidos y ser coherentes en los que decimos, exigimos y hacemos.

     Desde hace varios años la comunidad GLBT de Venezuela ha estado marchando, promulgando propuestas de leyes para que sean aceptados y movimientos para una cantidad de cosas y reconocimientos que, sencillamente, no tienen razón de ser.  Y no las tiene por dos cosas principales: primero quiero decirles que,  señores, la marcha gay en otros países se lleva a cabo para celebrar la victoria de esa lucha constitucional y moral que se ganó en equis o ye país. Aquí se usa para que toda loca vaya gritándole a la gente que quiere salir a Sabana Grande agarrado de la mano con su macho de turno sin que nadie le diga nada. Porque desgraciadamente muchos no saben llevar la intolerancia de otros.

     Tengo 23 años, y por experiencia sé que aun a estas alturas, y cuando más se habla de tolerancia, entre nosotros mismos existe la discriminación. Bastante he visto como los gays critican y denigran a los bisexuales, he visto como los transgeneros son vistos como prostitutas, como gente sin valor. Yo, muy consciente de mi postura, rechazo que en Venezuela exista el matrimonio gay. Al menos por ahora. No podemos exigir tolerancia si aun entre nosotros mismos nos atacamos como hienas al más mínimo rastro de competencia. Porque desgraciadamente el gay venezolano se mide por su fama, por su popularidad. Por ser el más bonito y el más loca de todos. (Hombres y mujeres por igual)

     La segunda razón, y a mi parecer la más importante, es porque no podemos salir a marchar, a pedir que se nos permita salir con nuestros novios y novias por la calle, cuando no pedimos como prioridad una ley que nos proteja, que castigue a los que  han matado transexuales, que castigue a los policías que abusan de quienes solo van un día a divertirse a una discoteca. No niego que siempre habrá quien dedique su vida a cosas que van en contra de nuestros ideales, pero también es cierto que no todos debemos pagar por ser todos del mismo grupo. No voy a ir este año a marchar porque sencillamente quiero que algún día, espero no muy lejano, alguien se atreva a levantar la voz, no para gritar obscenidades o mariconerias en plena calle, sino para llevar un mensaje que de verdad tome en cuenta lo que necesitamos en un país como Venezuela, en un país que en pleno siglo XXI sigue presentando crímenes homofóbicos.
     Tampoco podemos ignorar que aun vivimos en un país machista, en un país que te acepta por un cargo, por un papel, por una palanca y no por tu condición humana. Cuando nace un gay en Venezuela nace para sobrevivir;  para luchar y ganarse el honor de que la sociedad al ver un gay diga: “ahí va fulanito de tal, es tremendo doctor” o “ella es fulanita de tal, es arquitecta” y no “ahí va el doctor ese, que es marico”. Tristemente nuestra sociedad tiene como concepto que ser gay es ser una loca escandalosa que fuma quien sabe qué droga a las afueras de una discoteca en sabana grande.  Que si los hay, pero no somos todos.
    La comunidad gay de ahora debería marchar, entre otras cosas, por exigir que el cambio de sexo esté estipulado en la constitución nacional. Les aseguro que muy pocos saben que eso en la constitución de Venezuela no existe de una forma amparada legalmente por decretos oficiales. Los transgeneros de mi país tienen que luchar el doble que los demás de otras culturas. Sus mayores trofeos aquí serian una cedula con su identidad nueva y su victoria sobre sí mismos. El proceso para ser transgenero completamente dura aproximadamente cinco años. Ya que se comienza con una reformación psicológica, social, hormonal y legal.

    No puede ser posible que en pleno 2011, donde se supone somos una sociedad “civilizada y de mente abierta” sigan ocurriendo crímenes como los que han sucedido, con mayor frecuencia, en los últimos cinco años. No tengo como salir a marchar para exigir que me escuchen, cuando muchos de nosotros se han muertos en manos de aquellos que simplemente no les da la gana de entender que en la vida no todo es blanco y negro. Simplemente no puedo ir a una marcha que tiene como destino salir a gritar las mismas mariqueras que hemos venido gritando desde hace años.

     Ya es hora de abrir la boca para luchar y no para dejar al descubierto que seguimos con el mismo escándalo. Marchemos para decir cosas inteligentes, marchemos para que quienes sean los responsables de oírnos lo hagan con seriedad y nos garanticen un país que, al menos, nos proteja de trogloditas mediocres que creen que matando transexuales eliminaran la homosexualidad del mundo.  Ya basta de la caravana de disfraces, del derroche de plumas y lentejuelas. Pongámonos el traje de personas y hablemos por nosotros y por los que se fueron injustamente del mundo.  Es hora que dejemos de leer revistas de  farándula para leer noticias, avances en la sociedad mundial, leyes, vacios que constitucionalmente la comunidad GLBT no tiene en Venezuela. Y por favor, no se fijen en el matrimonio. Que los gays somos tan promiscuos que legalizar la unión seria legalizar la prostitución que bastante ha acabado con nosotros y les da motivos a la sociedad para despreciarnos cada día más.

     Por eso este año no iré a la marcha. Yo me quedare aquí, viendo como seguimos dando pasos al abismo.  Cuando nosotros, TODOS, seamos capaces de ver la realidad, la cruel realidad, en la que vivimos, ese día saldré a marchar por mis derechos, saldré a marchar para no tener miedo, para poder ir de la mano con mi novio o novia sin temor a represalias de policías y malanadros o animales con cédula. Ese día saldré a marchar para gritarle al mundo que ganamos, que logramos madurar y que no somos el grupito de amigas locas y machorras que se la pasan jodiendo, sino que somos los gays y lesbianas de un país donde se nos reconoce como parte de esta sociedad, y que como tal merecemos respeto. Nosotros también tenemos cosas que decir. Pero mientras estemos pendientes de las fotos, de la fama y de quien es el más bonito, lo único que lograremos es que cada vez la sociedad tenga más razón en despreciarnos. Y no sé ustedes, pero lo que soy yo, no pretendo darles motivos a los mamíferos machistas de esta sociedad para que hablen mal de mí. No dejemos que nuestras acciones grupales nos afecten de manera individual. Yo marcharé en Venezuela el día que tenga que sentirme orgulloso de mis derechos constitucionales, no para escuchar la gritadera de toda loca que anda perdida por la vida. Como si el mundo girara en torno él/ella. Es hora de no leer tanto la revista donde sale Lady Gaga para comenzar a leer  y pensar lo que podemos hacer para construir un país donde no tengamos que escondernos.