14/8/11

El pene ancestral


     Mari Carmen  es una de mis mejores amigas, siempre he pensado que nuestra amistad se debe a  que ella es como yo: escupe la verdad en la cara y sin tapujos. De cariño le digo MariCa. Ella practica Yoga, Tai Chi, “Meditación Astral Femenina” y todas esas cosas que una mujer con masa gris y delirios de grandeza hace (Seamos sinceros  MariCa, sabes que las mujeres, siempre, hechas las pendejas; se creen superior al hombre). Hablamos de vez en cuando, o de cuando en vez, da igual. Lo cierto es que en estos días fuimos a comer a una de estas tienditas medio elegante (¿o medio tierrua?) con nombre italiano. La charla, como era de esperarse, giraba en torno a temas amorosos, pasando por filosofías de gran trascendencia  hasta el descubrimiento de agua en una de las estrellas de la galaxia más lejana a nuestro sol. De cariño he tomado la costumbre de llamar nuestras charlas: “Momentos Discovery”. Pero como nada en esta vida es perfecto, MariCa a veces me provoca infartos. Si hay algo que me provoca un ACV instantáneo es cuando MariCa comienza su faena de  lavado cerebral para que yo entre en su club metafísico. Y eso es lo que hace cada vez que puede (digo puede porque conmigo no tiene mucho chance que se diga)
      Eran alrededor de las nueve o diez de la mañana, hablábamos justamente de qué cosas son la que vemos primero en un hombre. “bueno, depende” dijo ella, “si me lo voy a tirar y ya, le veo el paquete. Si se esconde un tercio debajo del pantalón, ese es”.  Mientras MariCa hablaba, me fijé en cierto espécimen de dotes musculares similares a la receta médica que me recomendaron para mis ratos de sexo: Alto, blanco, cabellos y ojos negros. Con rasgos de asiático y (aparentemente) rasgos de buen status social. “voltea disimuladamente y fíjate en el semidiós del fondo, el del pantaloncito de jeva” le dije a MariCa. “¿eso? ¿Te gusta eso?” me respondió con tono desagradable. “si, ¿Qué tiene? Se le ve una buena artillería desde aquí. Además, me da morbo. Con eso basta”. Casi al instante, y como si hubiese invocado la mentada de madre mas colosal de todos los tiempos, MariCa me recitó, tipo regaño de madre, que: “deberías pensar mas bien en tu evolución espiritual, en tu búsqueda de la paz y la tranquilidad”. Acto seguido: pensamientos violentos inundaron mi mente.

     A todas estas, no le quito su razón. Es cierto, debería buscar mi paz interna o qué sé yo lo que necesite para tener cierto balance en mi vida. Pero no así. Siento que no es la manera de hacerlo. Y aunque MariCa tenga la razón en un cierto porcentaje, lo siento amiga, Pero como yo te quiero mucho, lo siento por ti. Mientras tú estas allá, en tú planisferio inmaterial superior, yo prefiero quedarme  aquí con mi semidiós. Que tal vez nunca llegue a saber de mi existencia, y lo mas seguro es que no le atraigan mis entradas de viejo senil y mi cara de idiota con gripe;  pero mientras sea real tengo la oportunidad de tirármelo, o de al menos intentarlo. Yo me quedo en este plano gozando una bola, sea o no con él. Tú, Si quieres, quédate meditando. A ver si con suerte, algún día, encuentras tú pene ancestral.


P.D: Te sigo queriendo. 

David


     Ese día David se quedó sólo en una esquina del cuarto, repitiendo la misma frase una y otra vez. Se quedó meciéndose sobre sí mismo. Mientras, la niñera veía televisión en la sala.  En medio de aquel susurro de rezos solo lo acompañaba “Pelu”, su osito mecánico de peluche. Pelu estaba programado para ciertas acciones cuando David tuviera recaídas de ansiedad.  Minutos antes David había ido a la biblioteca de su padre, quería hojear de nuevo aquel libro de dibujos que le habían regalado hace días atrás. Pero en su búsqueda halló por error otro libro, uno forrado de piel humana cuya portada era  adornada por una estrella de cinco puntas y, aparentemente, hecha con sangre. Sangre que lucia seca, vieja; maldita. David lo tomó y lo llevó a su cuarto.

    En medio de la noche David escuchó ciertos ruidos en la ventana del cuarto, sombras, vientos que hacían chocar ramas contra el vidrio. David cerró los ojos con fuerza, buscó en el suelo a Pelu  y le presionó la mano para oír su infantil risa seguido de: “aquí estoy para acompañarte”.  Los vientos siguieron una y otra vez, las sombras parecían ir y venir, encogerse y agrandarse. David seguía con los ojos cerrados, una y mil veces más presionaba la mano del peluche, y se volvía a oír “aquí estoy para acompañarte”. Ahora la frase retumbaba en todos los rincones de la casa, parecía un eco seco en toda la habitación. De repente, silencio. Todo estaba aparentemente en calma hasta que, por un segundo, David sintió como unas manos rozaban sus piernas. 

     Aterrado, David corrió hacia la puerta, se atascó  y por momentos no podía abrirla, Pero lo logró. Salió corriendo, gritando sin parar pero… Al llegar a la planta baja se tropezó con el cadáver de la niñera; estaba descuartizado y le habían quitado la piel tajo por tajo hasta dejarla desollada. Pero, más allá, en un rincón de la sala; estaba Pelu, sin pilas y en el lugar de la cabeza solo había relleno.  Arriba del peluche se alzaba una gran estrella de cinco puntas. Se dibujó con la sangre de la niñera.

     Al día siguiente el vecindario amaneció agitado, los policías bordeaban la casa. Cuando llegaron los padres de David se hicieron tantas preguntas… que la respuesta vino por si sola cuando vieron el libro forrado de piel, en el cuarto de David, abierto en las paginas 35 y 36.  Las páginas donde se podía leer un antiguo rezo para un demonio olvidado. Los padres de David, desde ese entonces, guardaron su biblia negra en un cofre debajo de la cama. 

9/8/11

El diario de Liv

      El año de 1943 dio mucho de qué hablar, se había conocido por fin la historia de Liv. Todos los medios de comunicación del país titularon en primera página lo que fue el primer hecho de los días más oscuros de aquella ciudad. Liv vivía con sus padres y su habitación estaba situada detrás de la casa, donde funciona el almacén de la librería de su padre. Liv vivió toda su vida entre aquellas rejas y, según el diario de Liv, nunca se sintió tan sola. Siempre se preguntaba porque nunca pudo jugar con los niños de su edad, o salir a pasear en un día de sol con sus padres. Solo se quedaba ahí, sola y triste, por donde se le escapaban los días sin ninguna otra actividad que escribir en su diario.


      Pero Liv nunca estuvo sola, ella siempre le hablaba de sus padres de Damián, el chico de diez años que le llevaba dulces para que no se sintiera tan sola. También le gustaba jugar a las adivinanzas con Johann y Johanna, los gemelos de la casa de enfrente. José Manuel, que le llevaba juguetes para que no se aburriera y Alison, su primo. Que de vez en cuando se escapaba y entraba al almacén para jugar con Liv. Pero Alison, un día de lluvia, le había dicho a Liv que se cuidara, que en esa casa había un monstro. Liv tuvo mucho miedo por su vida. Más aún cuando después de ese día Alison no regresó a verla. A partir de ese día Liv se quedó sola con Simi, su muñeca.


      Al cabo de unos meses, un lluvioso día de Enero, Liv había sido castigada por sus padres, se quedó sola con Simi a oscuras en el almacén. Liv recordó las palabras de su primo. Pero el miedo pudo más que la cordura y Liv comenzó a gritar. Destrozó las cajas, los libros viejos y todo lo que encontraba a su paso. Detrás del estante más viejo, en la parte más profunda del cuarto, había una escalofriante nota escrita con sangre en la pared que Liv no había visto antes y que decía: “Este es el destino de todos los traidores, esta es la bendición de Satanás”. Justamente debajo de la nota, boca abajo y lleno de moscas, estaba el cadáver de Alison. Los gritos de Liv no cesaron en toda la noche.


      El hecho se supo casi inmediatamente después que la policía levantara el crimen. Todos en la ciudad no dejaban de hablar de Liv. Y sobre todo, de su diario. Sus padres habían hecho creerles a todos sobre sus amigos Damián, Johann, Johanna y Alison. Era algo que todos lo tomaban con normalidad. Lo que no saben es que Liv nació con problemas psicológicos. Desarrollo esquizofrenia a los doce años y debido a sus problemas de conductas vivió confinada al fondo del almacén de la librería. Sus amigos fueron producto de su imaginación y todo lo que contaba en realidad nunca pasó. A pesar de que muchos de ellos pudieron haber existido. Liv inventaba todo de lo que oía decir a sus padres. Damian, de hecho, nació muerto y su mama era la mejor amiga de la mama de Liv. Johann y Johanna no eran gemelos en realidad, su tia había perdido a su primer bebe antes de saber el sexo y por eso Liv lo imagino con ambos sexos. José Manuel fue su hermano menor, pero murió a los tres meses y sus juguetes quedaron abandonados, sin usar. Por eso Liv lo imaginaba con tantos juguetes.


      Lo más triste de todo esto, es que el único que si existía era Alison, pero Liv lo mató el día que este le dijo que había un mostro en ese cuarto. Se referían a Liv y Alison tenía prohibido verla. Liv se sintió tan mal, que mató a Alison y no recordó lo que había hecho. Después de ese día Liv fue trasladada a un hospital psiquiátrico donde murió dos años después. Murió ahorcada y con unos extraños símbolos de tortura en el cuerpo. Hasta ahora nadie sabe cómo se los hizo. Si es que fue ella quien se los hizo.

2/8/11

Etéreo como la noche


      Te veía siempre desde la ventana del bus, todas las noches interminables que me acontecían con el tedio más absoluto, como si de una enfermedad incurable se tratara. Cruzabas la calle siempre a la misma hora: ocho y media, nueve de la noche. Siempre con el paso apurado, buscando tu rumbo. Se me hizo maña que al llegar a la parada, lo primero que hacía era ver la entrada de ese gran edificio marrón de salías. Solía imaginar que un día inundarías la negrura de mis ojos con el verde de los tuyos. Esa fue, a lo mejor, la razón de haber imaginado tantas historias que escribía en el camino. Suponiendo hechos, palabras y anécdotas que jamás llegarán a tener vida.

     Recuerdo cuando un día lluvioso vi tus ojos llenos de tristezas, de angustias. No hace falta ser brujo o psíquico para saber que el verde de tus ojos estaba siendo aniquilado por una inmensa tristeza. Tus labios saboreaban gotas de lluvia y lágrimas. Y como es de costumbre, desde la parada vi como cruzabas la calle, esta vez con angustias. ¿O rabia? Caminabas como huyendo de tu dolor. Aun así, para mí, parecía que brillaras bajo la negrura de esa noche impertinente.  Pensé que nadie tenía derecho de lastimarte, a llenar de lágrimas el verdor de tus ojos inocentes. Pero seguías allí, esperando la señal del semáforo para cruzar y perderte de nuevo hasta la noche siguiente.
    
      Pero todo cambió cuando diste el primer paso. No viste el automóvil (¿o sí?) que venía a toda velocidad por ese lado de la calle. Tus lágrimas cesaron de golpe y tus labios ya no saboreaban la lluvia sino el sucio asfalto de la avenida. Saliste volando a metros de allí, como si quisieras volar al infinito. Ahora no eras tú el que lloraba mientras los curioso comenzaban a juntarse para verte tirado en el suelo, sucio y triste. Supe que habías huido del mundo cuando la sangre se hizo muy notoria. El autobús arrancó y sin quererlo te di la espalda; tal vez de la misma forma en que la vida te la había dado momentos antes. Ya no habrán historias de camino, ya no habrán ojos verdes soñadores. Ya no tendré corazón para olvidarte.

      Ya no veo por la ventana del bus, ya sé que no hay motivos para voltear al edificio marrón de la acera de enfrente. Ahora solo estarán tus ojos en mi recuerdo, sin voz, sin nombre, sin vida. Por un breve instante me sentí egoísta al querer verte de regreso, aunque jamás hubieras notado mi presencia. Pero sería injusto contigo, sería cruel arrebatarte la libertad que ahora ven tus ojos. Ya no imagino historias fantasiosas y cursis, ahora imagino tus ojos en la libertad del infinito. Mientras yo sigo bajo la insoportable mirada de estas noches absurdas tu vuelas libre. Libre y etéreo como la noche.