2/8/11

Etéreo como la noche


      Te veía siempre desde la ventana del bus, todas las noches interminables que me acontecían con el tedio más absoluto, como si de una enfermedad incurable se tratara. Cruzabas la calle siempre a la misma hora: ocho y media, nueve de la noche. Siempre con el paso apurado, buscando tu rumbo. Se me hizo maña que al llegar a la parada, lo primero que hacía era ver la entrada de ese gran edificio marrón de salías. Solía imaginar que un día inundarías la negrura de mis ojos con el verde de los tuyos. Esa fue, a lo mejor, la razón de haber imaginado tantas historias que escribía en el camino. Suponiendo hechos, palabras y anécdotas que jamás llegarán a tener vida.

     Recuerdo cuando un día lluvioso vi tus ojos llenos de tristezas, de angustias. No hace falta ser brujo o psíquico para saber que el verde de tus ojos estaba siendo aniquilado por una inmensa tristeza. Tus labios saboreaban gotas de lluvia y lágrimas. Y como es de costumbre, desde la parada vi como cruzabas la calle, esta vez con angustias. ¿O rabia? Caminabas como huyendo de tu dolor. Aun así, para mí, parecía que brillaras bajo la negrura de esa noche impertinente.  Pensé que nadie tenía derecho de lastimarte, a llenar de lágrimas el verdor de tus ojos inocentes. Pero seguías allí, esperando la señal del semáforo para cruzar y perderte de nuevo hasta la noche siguiente.
    
      Pero todo cambió cuando diste el primer paso. No viste el automóvil (¿o sí?) que venía a toda velocidad por ese lado de la calle. Tus lágrimas cesaron de golpe y tus labios ya no saboreaban la lluvia sino el sucio asfalto de la avenida. Saliste volando a metros de allí, como si quisieras volar al infinito. Ahora no eras tú el que lloraba mientras los curioso comenzaban a juntarse para verte tirado en el suelo, sucio y triste. Supe que habías huido del mundo cuando la sangre se hizo muy notoria. El autobús arrancó y sin quererlo te di la espalda; tal vez de la misma forma en que la vida te la había dado momentos antes. Ya no habrán historias de camino, ya no habrán ojos verdes soñadores. Ya no tendré corazón para olvidarte.

      Ya no veo por la ventana del bus, ya sé que no hay motivos para voltear al edificio marrón de la acera de enfrente. Ahora solo estarán tus ojos en mi recuerdo, sin voz, sin nombre, sin vida. Por un breve instante me sentí egoísta al querer verte de regreso, aunque jamás hubieras notado mi presencia. Pero sería injusto contigo, sería cruel arrebatarte la libertad que ahora ven tus ojos. Ya no imagino historias fantasiosas y cursis, ahora imagino tus ojos en la libertad del infinito. Mientras yo sigo bajo la insoportable mirada de estas noches absurdas tu vuelas libre. Libre y etéreo como la noche.

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