17/4/10

El susurro


Desde que la ciudad se volvió gris he acostumbrado a llorar, a llorar y a reírme de mi mismo. Cuando lloramos, es porque se nos desgarra el alma, porque sufrimos y dejamos que todo eso salga y se ahogue en un mar de sales sin nombre. Cuando lloro me siento débil, y me veo tan ridículo llorando que últimamente lo hago, me veo en el espejo y exploto en una risa que dura horas. Extrañamente, después de cada lágrima, de cada risa, después de ese ritual inesperado, me siento indestructible. Siento que nada puede herirme. Y peor aún, siento que nada en el universo se compara con toda esa ira silente que guardo en el fondo del corazón. Allá, donde se está más oscuro, más frío y más agonizante que en otro infierno que pueda existir o no sobre la faz de la tierra.

Últimamente, estoy como en las nubes, como sumergido en un mar de niebla. Solo deseo sentir el roce de la niebla por mi piel, nada más. Nada más que eso quiero sentir, y nada más qué eso siento. Es extraño, pero creo que el clima me ayuda. La niebla me ha traído a mi momento. Y lo sé porque ahora cada dolor, cada hueco en el alma, no duele sino segundos; no queda ni el vacío en el estomago. No queda ni el amor hacia mi madre. Parece que Elis susurró su palabra y arraso con todo lo que me pertenecía.

Ya no duelen tus palabras, ya no hacen hoyos en el corazón tus espinas que te empeñas en escupirme en la cara. Ya no. Ya no tengo llagas tan fuertes como para seguir cayendo de rodillas, ya no tengo más piel en la espalda. ¡Piedad por favor! ya basta de tantas puñaladas. Solo quedan ejércitos y ejércitos de lágrimas que salen con la niebla que arropa a la ciudad; salen cuando la luz tenue del cuarto se apaga. Ese ejército se renueva una y otra vez; como dando vueltas en círculos cada día para hacerme caer, llorar, hacerme ver el espejo, y reír, reír una vez más como cada noche. Para así sentir como Elis, dentro de su seno, me desnuda, me susurra mi propia vergüenza, y me hace invencible.

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