27/7/11

Padre (he) mos pecado II

II
EL DELICADO ROCE DE TUS DEDOS

“Yo cometí el delito de inventarte una estrella,
Y fue tuyo el pecado de ofrecerme una rosa.”

José Ángel Buesa


    Me dio sed y estaba en bóxer, así que la idea de bajar a la cocina no me agradaba mucho. Hacía calor y tenía una leve capa de sudor por todo el cuerpo. Me levanté, y cuando iba a salir vi mi silueta, a oscuras; en el espejo. Siempre me gustó la curva que se forma al terminar mi espalda con mis nalgas. A pesar de no tener cuerpo definido, me gustaba la delicada forma de mi pecho, de mis manos cuando tomaban el contorno de mis muslos. Por eso mi novio era Saúl. Blanco, delicado, ojos verdes y cabello negro. Por esa parte soy el  ser mas plástico que hay sobre la tierra. Pero ese no es el punto…

    Bajé descalzo, la madera del piso estaba fría y me hacía temblar por segundos. Vi la luz de la luna iluminar el camino hacia la cocina. La sed me estaba matando poco a poco. Abrí la nevera y tome la jarra de agua, me arrepentí y tomé la de jugo de naranja. Amo el jugo de naranja. Me desvivo por el jugo de naranja. Desayuno con jugo de naranja, almuerzo con algún refresco, pero ceno con jugo de naranja. Seguí pensando cosas estúpidas y fantasiosas que lo incluían a el y que solo a un insomne como yo se le puede ocurrir…  hasta que escuche una voz dulce que me sacó de mi mundo mental. Era él. “vaya, parece que no soy el único que tiene sed esta noche” me dijo.  Su voz sonaba casi inocente, sin pecado. O era yo que estaba idealizando al pobre mortal que estaba en frente de mí. Estaba en shorts por cierto, como si no fuera suficiente tentación de verlo sin franela. No pude evitar no ver sus piernas, su cuerpo.  (Lógicamente) se dio cuenta. “creo que estás viendo para donde no debes”  Me dijo. Le pregunte  por qué no debía y me dijo “porque no deberías verme con deseo, soy un siervo del señor y eso es pecado.”

    Pecado, pecado, pecado, bla bla bla, ya se iba a esmerar en su discurso moralista. Quien me manda a estar provocando a un padre. De seguro comienza con toda la charlatanería barata de dios y los homosexuales. Si dios odia a los homosexuales, que no se queje. Él lo sabe todo y de seguro sabia que existiríamos. Entonces que no se queje. O ¿no lo sabía todo después de todo?  Si es así, no es tan omnipresente como todos piensan, pero bueno, eso es otro tema.  Antes de que comenzara a balbucear estupideces le dije que no lo veía con deseo, es solamente que algo me atrae en él.  Como si fuera poco todo aquello, muy humilde él me pregunto: “Si no lo sabes, entonces ¿por qué lo haces?”. Por un momento pensé que iba a manipularme, o a escupirme toda su moralidad barata de padre que les hace creer a todos que son perfectos y dignos que el resto de la galaxia, pero no. Sentí que quería excusas para entenderme. Ya la charla estaba aburrida, tanto que hasta sueño me estaba dando.

Le dije que me parecía  raro que estuviésemos hablando en la cocina, yo en bóxer y él en short. Me dijo: “Tienes razón, deberíamos hablar en otro sitio. ¿Qué te parece atrás, en el patio?”. Salimos de la cocina y fuimos al patio. Era ideal para hablar porque estaba techado y solo la parte delantera dejaba un poco de espacio para que entrara la luz de la luna. Yo me senté en el sofá-cama que estaba medio abierto y él en un banco al lado del sofá. Me comenzó a preguntar que por qué era gay, que si había tenido novias o alguna experiencia con una chica. Le dije que no. Le conté que descubrí mi orientación a los doce años, gracias a un amigo y a una circunstancia que no viene al caso. Mientras hablábamos no pude dejar de mirar sus piernas, sus ojos, y sobre todo su boca. Para mi inesperada sorpresa, cuando mire entre sus piernas, vi como tenía su mano derecha metida ahí y parecía acariciarse con cada palabra que le decía. No lo podía creer.  

Del susto solo se me ocurrió preguntarle: “¿Qué haces?”. Creo que fue demasiado estúpida la pregunta, sin embargo lo pregunté  porque  de repente, sin darme cuenta, sentí miedo. Parecía otra persona, otro hombre que no era el que estaba hace horas hablando con tanta humildad… solo me dijo: “Estoy confesándote lo que has querido oír desde hace días.” Ya había entendido todo: todo lo que había visto de él, era solo una ilusión.  Por mucho que lo pienso ahora, no fue ni tan malo; yo me había enamorado de un hombre sexy no humilde. Esa ruptura tan brusca de inocencia no fue nada del otro mundo, ya tenía lo que quería ¿no? le dije: ¿Por qué? Si se supone que eres cura y no deberías”. No me respondió. Solo se quedó fijamente viéndome por unos segundos y después dijo: “Lo que no debería es hacer esto”.

     Lo que vino después fue un beso largo y apasionado. No podía creerlo, no podía reaccionar de todo aquello. Sentí el delicado roce de sus dedos por mis brazos, por mi pecho, por mis piernas. Todo pasó rápido, todo fue confuso. Sentí que aquella noche aburrida se había convertido en algo que, al final, tenía miedo de afrontar. Pero qué carajo, ya estaba hecho. Ya había provocado a aquel hombre por varias horas y era lógico que pasara esto. Y digo lógico porque es evidente que  se dejó seducir. No contaré lo que vino después, no es tú problema; pero si puedo decir es que aquella noche jamás lo olvidaré. Nos prometimos un secreto de confesión esa noche.  Él no se entregaba al señor, se entregaba a mí. Me sentí tan basura por sentir que le robaba algo a dios. Esa noche fue mágica, erótica, desenfrenada y oscura. Hacíamos el amor bajo una noche sin estrellas.  “Padre, tengo algo que confesarle”,  Le dije con el éxtasis ahogándome las venas. ¿Qué será hijo mío?” me dijo susurrándome al oído. Sentí tanta pasión recorrer mis venas que solo llegue a decirle: “Hemos pecado”.

     Pero toda la magia de esa noche oscura terminó de repente. Saúl, mi novio, tenía la mala costumbre de entrar por el único espacio medio ancho del patio. Fue idea mía, lo confieso, pero esa vez no fue agradable. Llegó justo en el momento cuando él y yo estábamos entrando en calorcito otra vez. Su cara fue de una sorpresa poco usual en él que, por lo general, es seco (y hasta he llegado a pensar que ni un orgasmo lo hace sentir).

     No daré detalles porque es fastidioso describir lo que el retardo metal puede hacer en una persona como Saúl, pero lo qué si diré es que a pesar de mi marcado cinismo me sentí la peor basura del mundo. Precisamente por ser así nunca me rodee de muchos amigos, o de gente en quien confiar. Saúl, aparte de ser mi novio desde hace tres años, era mi amigo;  Y por el capricho de un simple cura me di cuenta que había mandado todo a la mierda. 

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